Con la generalización del cine sonoro, las antiguas comedias cómicas basadas en gags de gran potencia y creatividad visual, tocaron definitivamente a su fín. Es cierto que algunos de los grandes cómicos (Chaplin entre ellos) se resisitieron a abandonar el método que tan buen resultado les había proporcionado en el pasado, y a pesar de que aún realizaron obras de gran mérito, a lo largo de los treinta se generalizaría un nuevo tipo de comedia, basada en los diálogos ocurrentes, la lucha de sexos y cierta crítica de costumbres (muy ligera, eso sí), todo ello desarrollado en ambientes burgueses o acomodados. No hay que olvidar que aquellos años eran muy duros para la sociedad, en plena Depresión, por lo que las comedias tenderían al optimismo y a la evasión.
Este nuevo estilo encumbró y consagró a nuevos directores (Capra, Cukor, McCarey, Hawks) y, sobre todo, a nuevos intérpretes, que ahora precisaban, además de expresividad gestual, buenas dotes en los diálogos, así como capacidad de improvisación. El mejor ejemplo de todo ello lo representó Cary Grant, protagonista del presente filme, en el que encarna a un personaje tipo con el que repetirá fortuna en múltiples ocasiones, apoyándose en su magnífica presencia y sus grandes dotes interpretativas.
La película presenta una lucha de sexos en un matrimonio en vías de divorcio por culpa de un equívoco y los subsiguientes celos. El divorcio sólo se consumará al término de un periodo concreto, y mientras éste se agota los Warriner discutirán la custodia del perro (genial la secuencia del juzgado) y entablarán sendas relaciones con ánimo de provocarse el uno al otro. El reparto hace una labor magnífica, con el ya citado Cary Grant, a quien da la réplica una no menos increible Irene Dunne (impresionante en toda la secuencia que protagoniza en casa de la pretendiente de su casi ex marido); los secundarios están a la altura, sobre todo Bellamy, brillante en su creación de un paleto millonario enamorado de Lucy Warriner.
Para McCarey el filme supuso la consagración definitiva, recibiendo el Oscar al mejor director, y consiguiendo así un prestigio que ya por entonces merecía, pues no en vano había sido el máximo propiciador de la asociación entre Stan Laurel y Oliver Hardy, además de director del clásico "Sopa de Ganso", con los hermanos Marx.
Por todo ello, una comedia muy recomendable, de las que hoy día no se hacen, que aunque en su momento trató un tema como el divorcio, algo bastante escandaloso para la época, logró conquistar al público y a la crítica, y que a dia de hoy, logra más que convencer.
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